domingo, 25 de agosto de 2013

UN HOMBRE UN SANTO UN ESTILO

Muchos se preguntan qué hacemos los docentes en tantas reuniones, para algunos es tiempo desperdiciado que mejor se aprovecharía en clases para nuestros alumnos. Hace poco, en una de esas reuniones cuestionadas unas veces y subvaloradas otras más, nos preguntábamos cómo es el educador según Calasanz. En reuniones como ésta solemos abordar temas como éste y hacemos reflexiones como la que sigue.



         Para responder a la cuestión, lo primero que vino a mi mente fue: Paciencia. El educador con paciencia lo logra todo, según Calasanz. Es un ser especial y no único, pero sí pertenece a un pequeño grupo. No todo educador sólo con serlo cumpliría con los parámetros calasancios. Y aunque éste se hace y se va haciendo sobre la marcha, antes debe nacer para esto. El educador, según Calasanz, destaca dentro del grupo porque hay algo en su alma que lo guía y que ilumina a los demás. Eso que hay en su interior le ayudará a forjar el amor paternal, la formación pedagógica, la caridad y la pobreza. Lo que hay en su interior lo hará un ser de autoridad, dosificando con exactitud el amor que da y recibe.

         Y aun cuando la paciencia nos parezca muy importante, no será suficiente. La paciencia le dará firmeza para sustentar lo que debe ser con caridad y con esperanza.

         Según Calasanz, el educador no fragmenta su alma, su vida, ni su cuerpo. Es uno en su hacer, sentir y ser. Sus palabras apenas podrán corroborar lo que sí enseña con su obrar.

        
Como educadores nos hallamos en constante conflicto y readaptación. En continua revisión. Sabemos que por más necesaria que sea la paciencia de cultivar, faltará mucho más y con ella tan sólo lo lograremos alcanzar. En el amor solemos ser débiles, en la pobreza tendemos a doblegarnos, en la caridad podemos desviarnos hacia la soberbia y el orgullo. Lo pedagógico lo aprendemos y seguiremos aprendiéndolo. Nuestra luz nos llama a la integridad y a la integralidad. No nos dejamos dividir porque sabemos que podemos perder. Y no perdemos la esperanza de lograrlo todo. Hemos visto mucho ya y seguiremos viendo… Aún así, supo Calasanz, en sus hombres, en estos hombres (en nosotros), lo que habría de ser un educador. El educador que habría de encontrar su propia luz, para con la piedad enseñar las letras a los pequeñines.

        
Si así son (y somos) los maestros de Calasanz, cómo debemos esperar que sean los alumnos de nuestra familia. Los que permanecen en las aulas y los que las han dejado ya. Cómo ha de ser un alumno educado con la necesaria y no suficiente paciencia, con el amor paternal y justo, con la caridad, desde la humildad y en la pobreza, con la sapiencia doctrinal y pedagógica. Cómo serán nuestros alumnos si los educamos con la verdad, con la verdad del más puro amor, único y primer amor, el amor al prójimo.

         ¿Nos vemos reflejados en el espejo de nuestros alumnos? ¿Seremos capaces de vernos también en sus debilidades, en sus carencias y dolencias?

         Sin ser santos podremos ver a través de los ojos de Calasanz, sin ser santos podremos aprender y enseñar desde su mensaje, sin ser santos podremos continuar el legado del padre. No seremos tan perfectos de cuerpo ni de espíritu. Tal vez nos falte talla y peso (a unos quizás le sobre). Tal vez nos falte más formación interna que externa (o viceversa o ambas). Como sea, si estamos aquí, es porque hemos dicho sí, es decir, hemos asumido un compromiso, es decir, hemos aceptado la misión, es decir, compartimos una visión, es decir, estamos obligados a hallar nuestra luz interior, enriquecer nuestra propia vida (nuestra vida interior) y así irradiar todo lo que nos rodea. Lo agradecerán nuestros colegas, nuestros representantes y nuestros alumnos.



         Dice Calasanz: “Es mejor ser pocos y buenos, que muchos imperfectos”.





         Así pues, es ésta apenas una modesta muestra del tiempo perdido en una de tantas de nuestras reuniones. Ante los incrédulos, cuestionadores, resabiados y suspicaces, no hago más que recordar la conversación del zorro con el Principito y es por eso que no temo perder el tiempo.






Junio, 2007

En: NUEVA GENERACIÓN. Año VI. Nº 42.

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