Muchos
se preguntan qué hacemos los docentes en tantas reuniones, para algunos es
tiempo desperdiciado que mejor se aprovecharía en clases para nuestros alumnos.
Hace poco, en una de esas reuniones cuestionadas unas veces y subvaloradas
otras más, nos preguntábamos cómo es el educador según Calasanz. En reuniones
como ésta solemos abordar temas como éste y hacemos reflexiones como la que
sigue.
Para responder a la cuestión, lo
primero que vino a mi mente fue: Paciencia. El educador con paciencia lo logra
todo, según Calasanz. Es un ser especial y no único, pero sí pertenece a un
pequeño grupo. No todo educador sólo con serlo cumpliría con los parámetros
calasancios. Y aunque éste se hace y se va haciendo sobre la marcha, antes debe
nacer para esto. El educador, según Calasanz, destaca dentro del grupo porque
hay algo en su alma que lo guía y que ilumina a los demás. Eso que hay en su
interior le ayudará a forjar el amor paternal, la formación pedagógica, la
caridad y la pobreza. Lo que hay en su interior lo hará un ser de autoridad,
dosificando con exactitud el amor que da y recibe.
Y aun cuando la paciencia nos parezca
muy importante, no será suficiente. La paciencia le dará firmeza para sustentar
lo que debe ser con caridad y con esperanza.
Según Calasanz, el educador no
fragmenta su alma, su vida, ni su cuerpo. Es uno en su hacer, sentir y ser. Sus
palabras apenas podrán corroborar lo que sí enseña con su obrar.
¿Nos vemos reflejados en el espejo de
nuestros alumnos? ¿Seremos capaces de vernos también en sus debilidades, en sus
carencias y dolencias?
Sin ser santos podremos ver a través de
los ojos de Calasanz, sin ser santos podremos aprender y enseñar desde su
mensaje, sin ser santos podremos continuar el legado del padre. No seremos tan
perfectos de cuerpo ni de espíritu. Tal vez nos falte talla y peso (a unos
quizás le sobre). Tal vez nos falte más formación interna que externa (o
viceversa o ambas). Como sea, si estamos aquí, es porque hemos dicho sí, es
decir, hemos asumido un compromiso, es decir, hemos aceptado la misión, es
decir, compartimos una visión, es decir, estamos obligados a hallar nuestra luz
interior, enriquecer nuestra propia vida (nuestra vida interior) y así irradiar
todo lo que nos rodea. Lo agradecerán nuestros colegas, nuestros representantes
y nuestros alumnos.
Dice Calasanz: “Es mejor ser pocos y buenos, que muchos imperfectos”.
Así
pues, es ésta apenas una modesta muestra del tiempo perdido en una de tantas de
nuestras reuniones. Ante los incrédulos, cuestionadores, resabiados y
suspicaces, no hago más que recordar la conversación del zorro con el
Principito y es por eso que no temo perder el tiempo.
Junio, 2007
En:
NUEVA GENERACIÓN. Año VI. Nº 42.
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