lunes, 2 de septiembre de 2013

TODO UN CAMBIO DE PERSPECTIVA

No tenía conocimiento alguno de lo que es la vida, vivir y estar vivo; hasta que vi dentro de mí algo más parecido a un renacuajo que a un ser humano y  poco después escuché los latidos de su corazón, sonoros, rítmicos y mucho más fuertes que los del mío. Era mi bebé de nueve semanas. Eso sí es vivir y estar vivo. En aquel momento la vida adquirió nuevas y verdaderas dimensiones, al mismo tiempo, en ese instante se borró todo cuanto me rodeaba, éramos ese sonido y yo nada más. Una vida que pone a otra a buen resguardo, un cuerpo que alimenta a otro, un corazón que cede espacio a otro; reafirman la maravilla del misterio de la existencia humana y hacen comprensible la actitud asertiva frente a lo que viene dado, el sí incondicional a la misión de servicio encomendada, el amor sin límite de la entrega total y la grandeza del perdón frente a la pequeñez de la mentira, la traición y el desamor. Uno se deja descansar plácida y dulcemente en las manos de Dios y en el seno de María, madre de Jesús.

            Durante nueve meses no hubo nada que se igualase a aquella imagen confusa en negativo que iba mostrando progresivamente los cambios de mi hijo y me permitía escuchar su portentoso corazón. Se percibe muy diferente la vida con un corazón extra… Alguien me dijo son nueve meses de preparación para ser madre, y el resto de la vida para aprender cómo hacerlo, le añado yo.

Con la semana treinta y nueve y todo lo que le sigue, viene la superación de todo lo vivido: cuando sacan al bebé, cuando se escucha su llanto, cuando miras su cuerpo su rostro sus ojos, cuando lo ponen en tu pecho, se alimenta y ambos sentimos el calor del otro… Lo que antes se había borrado aparece totalmente nuevo…

            La rutina del día a día, aunque carece de la magia del primer momento, posee el encanto del descubrirse, la emoción del aprenderse, la tensión del no saber, el miedo del no poder y la candidez del quererse en medio de las torpezas propias de la primera vez.  

            Un amigo viendo a mi hijo comentó: “como dice Andrés Eloy, cuando se tiene un hijo se tienen todos los hijos del mundo”. Podemos vernos en ellos, en especial en esa etapa sin memoria de la vida y podemos verlos en nosotros como evidencia cierta de que alguna vez todos fuimos el bebé que alguien acunó y arrulló en sus brazos.

Viendo a mi hijo recuerdo palabras de otro poeta, él dice del amor: “es la tentativa de completarse con lo que a uno le falta”. Cuando salen de nuestros cuerpos se llevan algo, uno sólo se completa en y con ellos.

Si me preguntan hoy qué es o qué se siente ser madre, tendría que responder desde mi inexperiencia y mi condición de madre primeriza. Hablaría entonces de un susto que se me quedó entre el estómago y el corazón, una sensación de preocupación constante, una vigilia obligada que no se deja vencer por el sueño y el cansancio, un pensamiento terco en el futuro, un deseo de que todo esté bien, una conexión especial que te permite anticipar algunas necesidades, una alegría indescriptible que igual te lleva a la risa y a las lágrimas, una visión y una misión claras.

Cuando pase el tiempo y con los pasos vengan los tropiezos y las caídas. Con las palabras vengan las discusiones y los disgustos. Cuando pase el tiempo y crezcan los problemas. Cuando vea en mi hijo todo lo que no imaginé ver. Cuando pase el tiempo… seguiré siendo y sintiendo lo que hoy…, sólo que tal vez haya aprendido mucho más del amor…



03 de mayo de 2006
Escrito durante mi reposo post natal para la 
edición del periódico del colegio dedicada al día de las madres.


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