No
tenía conocimiento alguno de lo que es la vida, vivir y estar vivo; hasta que
vi dentro de mí algo más parecido a un renacuajo que a un ser humano y poco después escuché los latidos de su
corazón, sonoros, rítmicos y mucho más fuertes que los del mío. Era mi bebé de
nueve semanas. Eso sí es vivir y estar vivo. En aquel momento la vida adquirió
nuevas y verdaderas dimensiones, al mismo tiempo, en ese instante se borró todo
cuanto me rodeaba, éramos ese sonido y yo nada más. Una vida que pone a otra a
buen resguardo, un cuerpo que alimenta a otro, un corazón que cede espacio a
otro; reafirman la maravilla del misterio de la existencia humana y hacen
comprensible la actitud asertiva frente a lo que viene dado, el sí incondicional
a la misión de servicio encomendada, el amor sin límite de la entrega total y
la grandeza del perdón frente a la pequeñez de la mentira, la traición y el
desamor. Uno se deja descansar plácida y dulcemente en las manos de Dios y en
el seno de María, madre de Jesús.
Durante nueve meses no hubo nada que
se igualase a aquella imagen confusa en negativo que iba mostrando
progresivamente los cambios de mi hijo y me permitía escuchar su portentoso
corazón. Se percibe muy diferente la vida con un corazón extra… Alguien me dijo
son nueve meses de preparación para ser madre, y el resto de la vida para
aprender cómo hacerlo, le añado yo.
Con
la semana treinta y nueve y todo lo que le sigue, viene la superación de todo
lo vivido: cuando sacan al bebé, cuando se escucha su llanto, cuando miras su
cuerpo su rostro sus ojos, cuando lo ponen en tu pecho, se alimenta y ambos
sentimos el calor del otro… Lo que antes se había borrado aparece totalmente
nuevo…
La rutina del día a día, aunque
carece de la magia del primer momento, posee el encanto del descubrirse, la
emoción del aprenderse, la tensión del no saber, el miedo del no poder y la
candidez del quererse en medio de las torpezas propias de la primera vez.
Un amigo viendo a mi hijo comentó:
“como dice Andrés Eloy, cuando se tiene un hijo se tienen todos los hijos del
mundo”. Podemos vernos en ellos, en especial en esa etapa sin memoria de la
vida y podemos verlos en nosotros como evidencia cierta de que alguna vez todos
fuimos el bebé que alguien acunó y arrulló en sus brazos.
Viendo
a mi hijo recuerdo palabras de otro poeta, él dice del amor: “es la tentativa
de completarse con lo que a uno le falta”. Cuando salen de nuestros cuerpos se
llevan algo, uno sólo se completa en y con ellos.
Si
me preguntan hoy qué es o qué se siente ser madre, tendría que responder desde
mi inexperiencia y mi condición de madre primeriza. Hablaría entonces de un
susto que se me quedó entre el estómago y el corazón, una sensación de
preocupación constante, una vigilia obligada que no se deja vencer por el sueño
y el cansancio, un pensamiento terco en el futuro, un deseo de que todo esté
bien, una conexión especial que te permite anticipar algunas necesidades, una
alegría indescriptible que igual te lleva a la risa y a las lágrimas, una
visión y una misión claras.
Cuando
pase el tiempo y con los pasos vengan los tropiezos y las caídas. Con las
palabras vengan las discusiones y los disgustos. Cuando pase el tiempo y
crezcan los problemas. Cuando vea en mi hijo todo lo que no imaginé ver. Cuando
pase el tiempo… seguiré siendo y sintiendo lo que hoy…, sólo que tal vez haya
aprendido mucho más del amor…
03 de mayo de 2006
Escrito durante mi reposo post
natal para la
edición del periódico del
colegio dedicada al día de las madres.
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