¿En
qué se puede parecer uno de nuestros profesores o maestros a Calasanz? ¿Sería
acaso muy osada esta comparación? ¿Cabe
el símil entre uno, cualquiera, de nuestros docentes, de uno, cualquiera de
nuestros colegios; no con el genio, no con el santo; sino con el Hombre que fue
Calasanz; o, mejor aún, con el Maestro Calasanz?
A
Calasanz le debemos su pedagogía preventiva, el método sencillo y eficaz; la
graduación y uniformidad de los colegios en distintos lugares del mundo; el trato
humano, cercano y paciente; el acceso de los más pobres y de baja condición a
estudios superiores. Y aunque todo esto ya parece suficiente para hablar del
importante aporte de su genio, pues es necesario decir que no lo es, al menos
no lo es todo y aunque pueda sonar un poco extraño, ni siquiera es lo más
importante. Todo su genio y toda su santidad están plasmados en su mayor logro,
hace de la enseñanza y de la educación un don, “un talento entregado por Dios
en las manos del hombre”. Diviniza la educación y santifica la enseñanza. Y el
docente, a través de su relación con las personas, especialmente con los más
pequeños, es el creador de un mundo nuevo.
En
la mayoría de las imágenes en las que el Santo aparece con niños, se le observa
ligeramente encorvado, agachado, sentado, con niños sobre su espalda. En estas
imágenes se refleja siempre abajado, como buscando un tú a tú con los pequeñines, acercándose a su
mundo y acercándolos al mundo. Calasanz es el maestro que se hace pequeño para
que su alumno pueda crecer. Cuando vemos en una imagen a un niño encaramado en
la espalda de Calasanz, vemos al maestro mostrándole el mundo a su estudiante
desde una perspectiva distinta, es el maestro que le está mostrando el mundo
posible, uno más humano, más justo, más vivible, más amable y más divino.
¿Nosotros,
que también somos Calasanz, cuánto nos acercamos a ese “Ser Maestro”?
¿Ese
maravilloso estilo de nuestro Santo, dónde y cómo lo aprendió, se debe a sus
estudios de Latín, Filosofía y Teología? ¿Se deberá a la formación de sus
padres, a los valores inculcados por ambos, madre y padre? ¿O vendrá de algo
más, tal vez de aquello que inspiraba sus juegos infantiles, cuando jugaba,
montado en un árbol, cuchillo en mano, a
matar al demonio?
Quiso
Calasanz, pudiera decirse desde siempre, ser sacerdote. Tanto lo quiso, que
supo y pudo superar todos los obstáculos. Quiso ser el mejor. Sabía que para
ello debía prepararse, estudiar mucho. Lo hizo. Logró títulos. Y, como
cualquiera que quiere ser el mejor, no se conforma, busca más. Y como todo el que busca, debe
echarse a andar. Calasanz sabía que Dios lo llamaba, así que le escuchaba, le
atendía y le seguía. Anduvo Calasanz todo un camino creyendo que lo que él buscaba era lo que Dios quería. Llegó al
lugar donde debía estar, sus ojos vieron la realidad que debía ver y su corazón
descubrió al fin el verdadero sentido de su vida. Inspirado por Dios, a través
de los niños más pobres, descubre su verdadera vocación.
Calasanz
se había formado para ejercer aquello para lo que en él ya había nacido, para
ejercer aquello para lo que él estaba destinado. Le tocaría luchar, ya no como
niño, ahora como hombre, contra las más duras adversidades, y le tocaría soñar
y hacer realidad esos sueños.
¿Cuántos
de nosotros, docentes escolapios, nos dejamos impactar por la realidad de
nuestros estudiantes? ¿Cuántos de nosotros, docentes escolapios, nos hemos
dejado interpelar por esa realidad? ¿Cuántos de nosotros, docentes escolapios,
habremos hecho un recorrido similar para descubrir nuestra verdadera vocación y
asumir nuestro trabajo como un compromiso de vida irrenunciable?
Pudiera
parecer que estos cuestionamientos, en cuanto a la comparación entre un docente
de uno de nuestros colegios con el hombre y el maestro que fue José de
Calasanz, es una vana presunción, o hasta una cosa exagerada. Valdría la pena
hacer un ejercicio de imaginación. ¿Qué tan distinto y difícil sería para uno
de nosotros ser maestro en la época de Calasanz? Y, ¿qué tan diferente sería
para Calasanz ser maestro en uno de nuestros colegios?
En
nuestro país existe pobreza extrema, delincuencia, desempleo, crisis de
valores, marcadas divisiones por diferencias políticas. Tenemos un sistema
educativo, que a pesar de todos los esfuerzos gastados, no ha logrado niveles
de calidad, ni la inclusión, ni garantizar la igualdad de oportunidades en el
acceso a la educación superior. Salvando las distancias cronológicas,
geográficas y culturales, me arriesgo a
afirmar que hay muchas similitudes entre el Trastévere de Roma y nuestra Catia
de Caracas. Si yo hago el ejercicio de imaginación, veo a Calasanz haciendo en
mi colegio lo que hacía en Santa Dorotea y San Pantaleón. Y quisiera verme a mí
misma, y a cualquiera de nuestros docentes, haciendo un poco de lo que él hacía
en aquellos lugares.
Sin
duda alguna que viajar en el tiempo no sólo es imposible, es además
innecesario. Creo, y quiero creer, que ya tenemos aquí a Calasanz en cada uno
de nosotros. Calasanz es la verdadera vocación, que algunos ya habrán
descubierto y que otros tantos están por descubrir. Creo, y quiero creer, que
no gastamos nuestros esfuerzos en mejorar nuestra práctica pedagógica, que más
bien los enriquecemos con nuestro contacto humano, con nuestro acercamiento a
la realidad de nuestros estudiantes, con nuestro dar amor, con nuestra
paciencia y con nuestra humildad. Creo, y quiero creer, que los docentes que
nos formamos y nos seguimos formando también hemos nacido para esto. Y sobre
todo, creo y quiero creer, que la vida de Calasanz es, además de ejemplo,
inspiración para todos los que, al igual que él, sin ser santos, recibimos el
talento de la educación y ejercemos la enseñanza como un compromiso de vida.
Diplomado de Pedagogía Calasancia, Módulo I
Editorial de SOMOS CALASANZ.
Edición Especial. Fina de Curso 2012 - 2013
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