sábado, 17 de agosto de 2013

SER COMO CALASANZ

 Mucha razón tenía Calasanz cuando afirmaba que el docente no sólo se hace, además debe nacer.

¿En qué se puede parecer uno de nuestros profesores o maestros a Calasanz? ¿Sería acaso muy osada  esta comparación? ¿Cabe el símil entre uno, cualquiera, de nuestros docentes, de uno, cualquiera de nuestros colegios; no con el genio, no con el santo; sino con el Hombre que fue Calasanz; o, mejor aún, con el Maestro Calasanz?

A Calasanz le debemos su pedagogía preventiva, el método sencillo y eficaz; la graduación y uniformidad de los colegios en distintos lugares del mundo; el trato humano, cercano y paciente; el acceso de los más pobres y de baja condición a estudios superiores. Y aunque todo esto ya parece suficiente para hablar del importante aporte de su genio, pues es necesario decir que no lo es, al menos no lo es todo y aunque pueda sonar un poco extraño, ni siquiera es lo más importante. Todo su genio y toda su santidad están plasmados en su mayor logro, hace de la enseñanza y de la educación un don, “un talento entregado por Dios en las manos del hombre”. Diviniza la educación y santifica la enseñanza. Y el docente, a través de su relación con las personas, especialmente con los más pequeños, es el creador de un mundo nuevo.

En la mayoría de las imágenes en las que el Santo aparece con niños, se le observa
ligeramente encorvado, agachado, sentado, con niños sobre su espalda. En estas imágenes se refleja siempre abajado, como buscando un tú  a tú con los pequeñines, acercándose a su mundo y acercándolos al mundo. Calasanz es el maestro que se hace pequeño para que su alumno pueda crecer. Cuando vemos en una imagen a un niño encaramado en la espalda de Calasanz, vemos al maestro mostrándole el mundo a su estudiante desde una perspectiva distinta, es el maestro que le está mostrando el mundo posible, uno más humano, más justo, más vivible, más amable y más divino.

¿Nosotros, que también somos Calasanz, cuánto nos acercamos a ese “Ser Maestro”?
¿Ese maravilloso estilo de nuestro Santo, dónde y cómo lo aprendió, se debe a sus estudios de Latín, Filosofía y Teología? ¿Se deberá a la formación de sus padres, a los valores inculcados por ambos, madre y padre? ¿O vendrá de algo más, tal vez de aquello que inspiraba sus juegos infantiles, cuando jugaba, montado en un árbol, cuchillo en mano,  a matar al demonio?

Quiso Calasanz, pudiera decirse desde siempre, ser sacerdote. Tanto lo quiso, que supo y pudo superar todos los obstáculos. Quiso ser el mejor. Sabía que para ello debía prepararse, estudiar mucho. Lo hizo. Logró títulos. Y, como cualquiera que quiere ser el mejor, no se conforma,  busca más. Y como todo el que busca, debe echarse a andar. Calasanz sabía que Dios lo llamaba, así que le escuchaba, le atendía y le seguía. Anduvo Calasanz todo un camino creyendo que lo que él  buscaba era lo que Dios quería. Llegó al lugar donde debía estar, sus ojos vieron la realidad que debía ver y su corazón descubrió al fin el verdadero sentido de su vida. Inspirado por Dios, a través de los niños más pobres, descubre su verdadera vocación.

Calasanz se había formado para ejercer aquello para lo que en él ya había nacido, para ejercer aquello para lo que él estaba destinado. Le tocaría luchar, ya no como niño, ahora como hombre, contra las más duras adversidades, y le tocaría soñar y hacer realidad esos sueños.

¿Cuántos de nosotros, docentes escolapios, nos dejamos impactar por la realidad de nuestros estudiantes? ¿Cuántos de nosotros, docentes escolapios, nos hemos dejado interpelar por esa realidad? ¿Cuántos de nosotros, docentes escolapios, habremos hecho un recorrido similar para descubrir nuestra verdadera vocación y asumir nuestro trabajo como un compromiso de vida irrenunciable?

Pudiera parecer que estos cuestionamientos, en cuanto a la comparación entre un docente de uno de nuestros colegios con el hombre y el maestro que fue José de Calasanz, es una vana presunción, o hasta una cosa exagerada. Valdría la pena hacer un ejercicio de imaginación. ¿Qué tan distinto y difícil sería para uno de nosotros ser maestro en la época de Calasanz? Y, ¿qué tan diferente sería para Calasanz ser maestro en uno de nuestros colegios?

En nuestro país existe pobreza extrema, delincuencia, desempleo, crisis de valores, marcadas divisiones por diferencias políticas. Tenemos un sistema educativo, que a pesar de todos los esfuerzos gastados, no ha logrado niveles de calidad, ni la inclusión, ni garantizar la igualdad de oportunidades en el acceso a la educación superior. Salvando las distancias cronológicas, geográficas  y culturales, me arriesgo a afirmar que hay muchas similitudes entre el Trastévere de Roma y nuestra Catia de Caracas. Si yo hago el ejercicio de imaginación, veo a Calasanz haciendo en mi colegio lo que hacía en Santa Dorotea y San Pantaleón. Y quisiera verme a mí misma, y a cualquiera de nuestros docentes, haciendo un poco de lo que él hacía en aquellos lugares.


Sin duda alguna que viajar en el tiempo no sólo es imposible, es además innecesario. Creo, y quiero creer, que ya tenemos aquí a Calasanz en cada uno de nosotros. Calasanz es la verdadera vocación, que algunos ya habrán descubierto y que otros tantos están por descubrir. Creo, y quiero creer, que no gastamos nuestros esfuerzos en mejorar nuestra práctica pedagógica, que más bien los enriquecemos con nuestro contacto humano, con nuestro acercamiento a la realidad de nuestros estudiantes, con nuestro dar amor, con nuestra paciencia y con nuestra humildad. Creo, y quiero creer, que los docentes que nos formamos y nos seguimos formando también hemos nacido para esto. Y sobre todo, creo y quiero creer, que la vida de Calasanz es, además de ejemplo, inspiración para todos los que, al igual que él, sin ser santos, recibimos el talento de la educación y ejercemos la enseñanza como un compromiso de vida. 

Diplomado de Pedagogía Calasancia, Módulo I
Editorial de SOMOS CALASANZ. 
Edición Especial. Fina de Curso 2012 - 2013

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