En tiempos de eclipses de Sol sabía que debía quedarse tranquila. Era tiempo para acumular energía, nada de emociones, nada de actividades. No era tiempo para tomar decisiones, mucho menos para arriesgarse.

Había escuchado la Luna, de sus otras amigas Lunas, historias fantásticas de un tal Lobo.
Era el Lobo un ser misterioso. Se transformaba en hombre para esconder lo peor del lobo y escondía lo peor del hombre tornándose en animal.
Lo conocía sólo por referencias.
Les parecía muy extraño, a sus amigas, que el sol de la noche aún no la hubiera cautivado. La Luna negra sí sabía por qué. Ella permanecía oculta. Eran tiempos de eclipses de Sol.

Por naturaleza, era el Lobo un ser malvado. Para una Luna iluminada sólo era posible conocerlo en su forma animal. Difícil de creer resultaba aquella parte de la historia en la que el instinto se venía en razón, en la que lo feroz se volvía humano. Parte ésta, sin duda, irreal maravillosa. No obstante, era esta porción de la historia la que más encantaba a la Luna Negra, aunque ficticia y extraordinaria, pensaba que podría ser real, creía que de suceder, tendría que sucederle a ella. Y si era de esperar, esperaría la vida entera.

Hasta que un día sintió algo. Creyó escuchar y ver algo, pero la distancia no le dejaba definir de qué se trataba. Para esta alucinada Luna era algo totalmente nuevo. Nuevo y distante. Nefasto sería aquello. Le inquietaba, le turbaba, le provocaba. ¿Cómo era eso posible en tiempo de ocultaciones?
Cómo llegaban, no lo sabía. Llegaban de muy lejos. Eran mensajes. Mensajes inaccesibles, mensajes humanos, mensajes de un Hombre. Mensajes de amor. Ésta no era una de sus figuraciones. No era una historia fraguada en sus fantasías. ¿Sería que había despertado? Como no podía estar completamente segura, como aún cabía la posibilidad de que todo fuera producto de su imaginación, la Luna no sólo recibió los envíos, la Luna respondió.
El tiempo empieza a pasar y ella no se da cuenta. Está sucediendo, le sucede a ella. Está por conocer lo que ninguna Luna ha podido. Una Luna ciega verá lo que se ha negado al resto de las Lunas.
Al principio los mensajes eran esporádicos, pero puntuales. Luego se hicieron constantes y abundantes. Cada mensaje viajaba una distancia incalculable soportando la gran carga de la mayor suma de amor.
El Hombre le dice que la quiere, el Hombre le habla de su palidez y de sus dunas como atributos de belleza, el Hombre la divierte, la conmueve, el hombre es su compañero, el Hombre se hizo un ser necesario. (No tanto él, más bien sus mensajes). La Luna no entendía. No sabía quién era, no sabía cómo era. Sabía lo que le hacía sentir con cada mensaje, hasta que dejó de importar el contenido de éstos, bastaba con que llegaran para que toda ella se estremeciera. La ofuscada Luna no podía comprender que ese ser sintiera tanto, aún menos que la hiciera sentir tanto. La Luna empezó a creer.
Había sido Selene, una mujer de una belleza inusual. De un andar suave, imperturbable, imperceptible, de una palidez que irradiaba una tenue y cálida luz que iluminaba todo a su alrededor. Cautivadora mirada, hermosos ojos, de gatos parecían sus ojos. Su sonrisa, tal vez era lo mejor, siempre su sonrisa. Misteriosa mujer que inspiraba seguridad. Aunque triste contagiaba alegría. Solitaria mujer, blanco de muchos admiradores. La madre Luna solía contarle a su hija la historia de Selene, con el fin de advertirle y alejarla del peligro. Selene se enamoró perdidamente del Hombre que la engañó, la despreció y la dejó apagándole la mirada y robándole la sonrisa. Selene al saberse embarazada, desesperada sin saber qué hacer, huyó lo más lejos que pudo, cuando dio a luz se dio cuenta de que su hijo no era un Hombre. Era un Lobo. Selene lo crió y lo amó. Quiso protegerlo de él mismo, nunca le contó lo que se escondía dentro de él.
Le invadía un miedo incontrolable y una profunda tristeza, cada vez que escuchaba, de los labios de su Madre Luna, aquella leyenda. Y le quedaba además una extraña sensación, como si no se tratara de una historia ajena, como si se tratara de una historia real, como si su madre estuviera contándole su propia historia.
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Unos ojos miopes buscan algo en el cielo. Lejos, abajo, sobre la superficie hay en reposo un cuerpo viril, fogoso y famélico. Está de paso, alza la mirada, aunque no encuentra lo que busca, el novilunio lo impresiona, por un instante se deja cautivar abandonando su pensamiento, su corazón, vacía todo su sentir, cede a la inmensa oscuridad pensamientos hermosos, seductores, sugestivos. Le habla de amor a la noche. Enamora a la nada. Estará allí sólo por un instante, luego se irá. Le sorprende que la negrura le responda. Le sorprende la respuesta. Y continúa ahí. Pasa así un tiempo agradable. Después de un rato se halla vacío, sin más qué pensar, sentir ni decir. Comienza verse a lo lejos, en lo alto, algo de luz. Ya no hay más, baja la mirada y sigue con sus pasos. No supo nunca lo que realmente sucedió… Más adelante hallaría lo que buscaba.
Crecía algo en la luna, se hizo la luna plenitud, plena de luz, plena del amor más grande, plena de vida. Estaba en cinta la Luna. La Madre Luna lo sabía, fallidos habían sido todos sus intentos. Ahora, era sólo cuestión de esperar cuál sería la verdadera naturaleza del ser engendrado.
Sigue la luna esperando que los mensajes vuelvan, que el hombre pase, se detenga y no pase más. Sufre la luna. Siente dolor allí, justo donde no hay nada que duela y por eso, es donde más duele. Siente la luna el amor más difícil. Un amor que la hace feliz y la hace llorar. Un amor que la llena. Plenilunio de vida. Plenilunio de amor.

El sol de la noche encanta a todas las lunas, menos a esta luna embarazada. Menos a esta luna enamorada. Ella conoce el secreto de esa historia misteriosa, de esa mentira piadosa que es el lobo. El hombre ha sido víctima de su hechizo de amor. No podrá escaparse ninguno, ningún hombre capaz de mentirle a la luna.
Ahora pasa el tiempo. Vuelven los eclipses de sol. Vuelve la fase de ocultación. La Madre Luna no ha contado más la historia de Selene. Siguen pasando eventuales pasajeros. Aquel transeúnte miope no pasó más. La Luna sigue amando. La Luna sigue esperando. No dejará de ser luna enamorada. Ahora es Luna Madre. Es madre de un Hombre. Esta vez, no huyó.
05 - 09 - 2011