martes, 3 de septiembre de 2013

LUNA NEGRA, HECHIZO DE INTERLUNIO



En tiempos de eclipses de Sol sabía que debía quedarse tranquila. Era tiempo para acumular energía, nada de emociones, nada de actividades. No era tiempo para tomar decisiones, mucho menos para arriesgarse.





La madre de la Luna había sido un ser estricto. Fue criada bajo normas indiscutibles, inquebrantables. No siempre estaba de acuerdo con las obligaciones impuestas, pero las cumplía. No siempre compartía las sentencias, pero las aceptaba. No siempre sentía que quería a su madre. Pero la amaba. Tal vez fue por la distancia, tal vez fue por una fobia que desarrolló desde siempre, era una luna con neofobia. Tal vez fue por ambas cosas. Casi toda su vida la había vivido así. Ya se había hecho a la idea. Resultaba bastante cómodo. Y triste.


Había escuchado la Luna, de sus otras amigas Lunas, historias fantásticas de un tal Lobo. 



Era el Lobo un ser misterioso. Se transformaba en hombre para esconder lo peor del lobo y escondía lo peor del hombre tornándose en animal. 

Lo conocía sólo por referencias. 

Les parecía muy extraño, a sus amigas, que el sol de la noche aún no la hubiera cautivado. La Luna negra sí sabía por qué. Ella permanecía oculta. Eran tiempos de eclipses de Sol.

A la Luna oscura le basta con oír las historias de sus amigas lunas, llenas de picardía, de excitación, de amor, de sensualidad y de erotismo. La mayoría de esas historias, todas reales, tienen finales infelices. Las otras Lunas disfrutan y sufren por igual. Se ha convencido a sí misma de que eso no es para ella. Mientras no hace nada sueña historias similares dándole alternativamente finales afortunados y desventurados. Está convencida de que para ella es una gran suerte, lo peor que puede ocurrirle es despertar de uno de sus ensueños.

Por naturaleza, era el Lobo un ser malvado. Para una Luna iluminada sólo era posible conocerlo en su forma animal. Difícil de creer resultaba aquella parte de la historia en la que el instinto se venía en razón, en la que lo feroz se volvía humano. Parte ésta, sin duda, irreal maravillosa. No obstante, era esta porción de la historia la que más encantaba a la Luna Negra, aunque ficticia y extraordinaria, pensaba que podría ser real, creía que de suceder, tendría que sucederle a ella. Y si era de esperar, esperaría la vida entera.


El resto de las Lunas viven su tiempo en periodos exactos de 28 días. La Luna en cuestión no tiene que contar, el tiempo no pasa, está detenido en un eclipse de Sol. La obnubilada Luna ve pasar todo sin que para ella pase nada. No se emociona, no se excita. Nada crece.




Hasta que un día sintió algo. Creyó escuchar y ver algo, pero la distancia no le dejaba definir de qué se trataba. Para esta alucinada Luna era algo totalmente nuevo. Nuevo y distante. Nefasto sería aquello. Le inquietaba, le turbaba, le provocaba. ¿Cómo era eso posible en tiempo de ocultaciones? 

Cómo llegaban, no lo sabía. Llegaban de muy lejos. Eran mensajes. Mensajes inaccesibles, mensajes humanos, mensajes de un Hombre. Mensajes de amor. Ésta no era una de sus figuraciones. No era una historia fraguada en sus fantasías. ¿Sería que había despertado? Como no podía estar completamente segura, como aún cabía la posibilidad de que todo fuera producto de su imaginación, la Luna no sólo recibió los envíos, la Luna respondió.

El tiempo empieza a pasar y ella no se da cuenta. Está sucediendo, le sucede a ella. Está por conocer lo que ninguna Luna ha podido. Una Luna ciega verá lo que se ha negado al resto de las Lunas.

Al principio los mensajes eran esporádicos, pero puntuales. Luego se hicieron constantes y abundantes. Cada mensaje viajaba una distancia incalculable soportando la gran carga de la mayor suma de amor. 

El Hombre le dice que la quiere, el Hombre le habla de su palidez y de sus dunas como atributos de belleza, el Hombre la divierte, la conmueve, el hombre es su compañero, el Hombre se hizo un ser necesario. (No tanto él, más bien sus mensajes). La Luna no entendía. No sabía quién era, no sabía cómo era. Sabía lo que le hacía sentir con cada mensaje, hasta que dejó de importar el contenido de éstos, bastaba con que llegaran para que toda ella se estremeciera. La ofuscada Luna no podía comprender que ese ser sintiera tanto, aún menos que la hiciera sentir tanto. La Luna empezó a creer. 

Había sido Selene, una mujer de una belleza inusual. De un andar suave, imperturbable, imperceptible, de una palidez que irradiaba una tenue y cálida luz que iluminaba todo a su alrededor. Cautivadora mirada, hermosos ojos, de gatos parecían sus ojos. Su sonrisa, tal vez era lo mejor, siempre su sonrisa. Misteriosa mujer que inspiraba seguridad. Aunque triste contagiaba alegría. Solitaria mujer, blanco de muchos admiradores. La madre Luna solía contarle a su hija la historia de Selene, con el fin de advertirle y alejarla del peligro. Selene se enamoró perdidamente del Hombre que la engañó, la despreció y la dejó apagándole la mirada y robándole la sonrisa. Selene al saberse embarazada, desesperada sin saber qué hacer, huyó lo más lejos que pudo, cuando dio a luz se dio cuenta de que su hijo no era un Hombre. Era un Lobo. Selene lo crió y lo amó. Quiso protegerlo de él mismo, nunca le contó lo que se escondía dentro de él.



Le invadía un miedo incontrolable y una profunda tristeza, cada vez que escuchaba, de los labios de su Madre Luna, aquella leyenda. Y le quedaba además una extraña sensación, como si no se tratara de una historia ajena, como si se tratara de una historia real, como si su madre estuviera contándole su propia historia.

De pronto no llegaron más mensajes. De pronto el Hombre ya no estaba. De pronto aquel amor humano había desaparecido. Era tarde, la Luna había creído. La Luna había amado. Era tarde, la Luna se encontraba en periodo de crecimiento. Era tarde, estaba pasando, el tiempo pasaba, se movía, crecía. Era tarde, era luna iluminada.



Unos ojos miopes buscan algo en el cielo. Lejos, abajo, sobre la superficie hay en reposo un cuerpo viril, fogoso y famélico. Está de paso, alza la mirada, aunque no encuentra lo que busca, el novilunio lo impresiona, por un instante se deja cautivar abandonando su pensamiento, su corazón, vacía todo su sentir, cede a la inmensa oscuridad pensamientos hermosos, seductores, sugestivos. Le habla de amor a la noche. Enamora a la nada. Estará allí sólo por un instante, luego se irá. Le sorprende que la negrura le responda. Le sorprende la respuesta. Y continúa ahí. Pasa así un tiempo agradable. Después de un rato se halla vacío, sin más qué pensar, sentir ni decir. Comienza verse a lo lejos, en lo alto, algo de luz. Ya no hay más, baja la mirada y sigue con sus pasos. No supo nunca lo que realmente sucedió… Más adelante hallaría lo que buscaba.

Crecía algo en la luna, se hizo la luna plenitud, plena de luz, plena del amor más grande, plena de vida. Estaba en cinta la Luna. La Madre Luna lo sabía, fallidos habían sido todos sus intentos. Ahora, era sólo cuestión de esperar cuál sería la verdadera naturaleza del ser engendrado.


Sigue la luna esperando que los mensajes vuelvan, que el hombre pase, se detenga y no pase más. Sufre la luna. Siente dolor allí, justo donde no hay nada que duela y por eso, es donde más duele. Siente la luna el amor más difícil. Un amor que la hace feliz y la hace llorar. Un amor que la llena. Plenilunio de vida. Plenilunio de amor. 


Nunca sabrá el hombre cuánto hace llorar a la luna, cuánto hace amar a la luna. Nunca sabrá el hombre que la luna siempre estuvo allí, que la luna le respondía, que la luna vivía, que la luna sentía. Nunca sabrá el hombre que fue él y solo él, quien hizo crecer a la luna.

El sol de la noche encanta a todas las lunas, menos a esta luna embarazada. Menos a esta luna enamorada. Ella conoce el secreto de esa historia misteriosa, de esa mentira piadosa que es el lobo. El hombre ha sido víctima de su hechizo de amor. No podrá escaparse ninguno, ningún hombre capaz de mentirle a la luna.





Ahora pasa el tiempo. Vuelven los eclipses de sol. Vuelve la fase de ocultación. La Madre Luna no ha contado más la historia de Selene. Siguen pasando eventuales pasajeros. Aquel transeúnte miope no pasó más. La Luna sigue amando. La Luna sigue esperando. No dejará de ser luna enamorada. Ahora es Luna Madre. Es madre de un Hombre. Esta vez, no huyó.


05 - 09 - 2011

SIMÓN, EL MENSAJERO DE LA PAZ

Ésta es la historia de Simón, una paloma muy distinguida, perteneciente a la no menos distinguida familia de palomas mensajeras.

         Simón, siendo aún muy joven, ha logrado graduarse con honores en la profesión que han ejercido todos sus ancestros. “La Mensajería” es la mayor aspiración que pueda tener toda paloma que se respete. Esto no significa que el oficio del resto de las congéneres de Simón no sea loable, ni mucho menos, al contrario, ¿qué sería de las plazas sin ellas?, ¿cómo se divertirían niños y adultos sin lanzar cotufas a las palomas o corretearlas alrededor de las adustas estatuas que suelen colocar en medio de las plazas?

         Las mensajeras comprenden que las palomas grises poseen toda la libertad, surcan el cielo y sólo se detienen cuando así lo desean o si sienten hambre. Pero, qué saben ellas del valor de la libertad o de las cosas importantes. Simón, al igual que el resto de sus congéneres, está convencido de que ellas desconocen algo que sólo las palomas mensajeras pueden saber.

        
Arriba, arriba, muy alto, un proyectil alado dibuja rectas, curvas, círculos de satisfacción en el azul celeste. De pronto frena su júbilo, como quien advierte el olvido de lo más presente que tenía, levanta su frente tanto que su visera no le impide ver más arriba de lo más alto, inspira hondamente hinchando mucho más su robusto y nevado pecho, finalmente cruzando sobre éste su ala derecha, se le escucha decir en tono solemne:

-La libertad tiene sentido en tanto nos permita hacer el bien. Dominar el firmamento pierde importancia si nos impide divisar el horizonte. 

         Ese es el lema que todas las palomas mensajeras aprenden a fuerza de repetirlo cada mañana antes de comenzar la jornada.

         Simón está seguro de saberlo todo…

         Pues bien, ha llegado el momento, titularse no es suficiente, ahora es necesario cumplir con la labor que le corresponde. El recién graduado alista sus alas con ejercicios que bien ha aprendido en la escuela de mensajería: arriba, abajo, uno, dos, tres, cuatro y uno, dos, tres, cuatro y uno… Luego se asegura de que su visera esté brillante y quede bien ajustada en su frente, después asienta el hermoso plumaje blanco de todo su cuerpo.

         Simón está listo, llegó, al fin, el momento anhelado.

        
“¡Seré el mensajero de la paz!” Se imagina llevando la paz por todo el mundo. La gente aclamando: -¡La paz ha llegado! –Una paloma mensajera la ha traído. Ramos de rosas y jazmines, corona de laureles. El mensajero es admirado por todos. Simón es un héroe…





         El incauto novato es despertado bruscamente de su sueño. El mensaje que debe llevar no es tan trascendental como el que él esperaba. Sucede que a Doña Rosita, una coneja muy simpática, se le adelantó el parto, así que la primera misión del pequeño soñador consiste en avisarle a la cigüeña de guardia, que el lunes a las seis de la tarde, en punto, debe presentarse en la madriguera de la futura madre. ¡La encomienda es de suma urgencia!


         Cabizbajo y desmoralizado se encuentra el ingenuo Simón, sin embargo, desde su garita eleva el vuelo para llevar a cabo la labor encomendada. Si no fuera por el viento las lágrimas hubieran empañado su visión. Aunque recibió honores por su vuelo impecable a gran altura recorriendo distancias infinitas a velocidades incalculables, esta vez no logró un desempeño destacado. Sus alas sentían el peso de la decepción mientras la realidad recién descubierta se atoraba en su garganta ahogando su dulce grajeo. Parece mentira, por un momento recibió un segundo bautismo, fue un breve, un sublime consuelo celestial… En la mente un único pensamiento: “La responsabilidad ante todo, yo cumplo con orgullo, como si fuera el importantísimo mensaje de la paz, ¡yo cumplo!, ¡yo tengo que cumplir y lo haré muy bien!”.



         Apacible y quieto está de regreso, con su orgullo menguado, defraudado. Mientras vuela piensa en abandonarlo todo. Es menester recordar que se trata de un palmípedo joven e impulsivo, aún no ha aprendido a esperar su momento.


        
Desde lo alto divisa a un grupo de palomas en una plaza, retando su instinto, (es sabido por todos que la paloma mensajera se distingue por su instinto de volver al palomar desde largas distancias), decide bajar para conocerlas. “¡Quizás ellas sean mis futuras compañeras!”. El confiado recién ex – mensajero desciende y se posa en el hombro de la estatua de un antiguo filósofo griego, en el otro hombro reposa una paloma visiblemente mayor de plumaje apizarrado. Simón socializa con ella, le cuenta lo sucedido haciéndole saber que podría interesarle ingresar a su grupo de palomas de la plaza. La del plumaje oscuro lo mira con reprehensión, pero al advertir su juventud comprende su premura y su osadía, entonces decide no lanzarlo de allí, aunque se moría de las ganas de hacerlo, en lugar de ello le habla con toda la sabiduría que ha cultivado en todos sus cuantiosos años de larga vida.


         No se sabe con certeza lo que conversaron, lo cierto es que pasó largo tiempo mientras la vieja apizarrada hablaba, hacía muchas preguntas y el parvo níveo escuchaba, respondía y a veces replicaba. Al finalizar el diálogo, el nuevo discípulo se despidió con promesa de volver, aquella plaza sería escala obligada en todos los viajes de Simón, el eterno mensajero. Acto seguido emprendió vuelo, esta vez voló más alto que nunca.  



Mayo, 1999

UN DÍA CUALQUIERA

Mejor imposible 


Vas caminando por la calle, bajo la lluvia. Porque no te queda más remedio, tráfico infernal, ni taxi, ni por puesto, ni a quién llamar para que te busque. Batería del celular descargada, piensas que igual no tienes con quien hablar para descargarte tú. Te sientes peor. Sintiendo que has perdido un día que iniciaste desde muy temprano y que  hacía escasos diez  minutos parecía que iba sin novedad. Hiciste todo lo que tenías que hacer, pasaste horas pacientemente esperando que te atendieran y simplemente no lo hicieron y ni una explicación te dieron, como si nunca hubieras estado allí esperando. La lluvia cae en tu cara, sorteas charcos y esquivas chapuzones de carros que pasan a velocidad. Te arden los ojos. Piensas que tan sólo es un mal día. Pasas revista a cada una de tus acciones desde la primera de la madrugada y te preguntas ¿por qué? Estrujas tus ojos, no te importaría soltar alguna lágrima, total, sigue lloviendo… De la nada y de repente, surge un extraño, camina en sentido contrario, por la misma calle viene hacia ti, lo ves cuando buscas de donde sale la voz que te dice: “Preciosa si sonríes, sale el sol, en serio, si sonríes sale el sol”. ¿Tú qué hubieras hecho? Yo lo vi y sonreí. Seguí caminando. Él siguió caminando mientras decía: “Lo ves, ya va a salir el sol”. Cuando llegué a mi casa había escampado por completo, despuntaba el sol y comenzaba a caer la tarde… ¿De dónde salió ese extraño? No lo vi venir. Un hombre sencillo, un tanto mayor y sin ningún atractivo. Recuerdo que con las últimas gotas de lluvia se confundieron unas pocas lágrimas, no dejaba de sonreír y pude dar gracias por ese extraño y por este día.

 30 – 08 – 2013 

lunes, 2 de septiembre de 2013

TODO UN CAMBIO DE PERSPECTIVA

No tenía conocimiento alguno de lo que es la vida, vivir y estar vivo; hasta que vi dentro de mí algo más parecido a un renacuajo que a un ser humano y  poco después escuché los latidos de su corazón, sonoros, rítmicos y mucho más fuertes que los del mío. Era mi bebé de nueve semanas. Eso sí es vivir y estar vivo. En aquel momento la vida adquirió nuevas y verdaderas dimensiones, al mismo tiempo, en ese instante se borró todo cuanto me rodeaba, éramos ese sonido y yo nada más. Una vida que pone a otra a buen resguardo, un cuerpo que alimenta a otro, un corazón que cede espacio a otro; reafirman la maravilla del misterio de la existencia humana y hacen comprensible la actitud asertiva frente a lo que viene dado, el sí incondicional a la misión de servicio encomendada, el amor sin límite de la entrega total y la grandeza del perdón frente a la pequeñez de la mentira, la traición y el desamor. Uno se deja descansar plácida y dulcemente en las manos de Dios y en el seno de María, madre de Jesús.

            Durante nueve meses no hubo nada que se igualase a aquella imagen confusa en negativo que iba mostrando progresivamente los cambios de mi hijo y me permitía escuchar su portentoso corazón. Se percibe muy diferente la vida con un corazón extra… Alguien me dijo son nueve meses de preparación para ser madre, y el resto de la vida para aprender cómo hacerlo, le añado yo.

Con la semana treinta y nueve y todo lo que le sigue, viene la superación de todo lo vivido: cuando sacan al bebé, cuando se escucha su llanto, cuando miras su cuerpo su rostro sus ojos, cuando lo ponen en tu pecho, se alimenta y ambos sentimos el calor del otro… Lo que antes se había borrado aparece totalmente nuevo…

            La rutina del día a día, aunque carece de la magia del primer momento, posee el encanto del descubrirse, la emoción del aprenderse, la tensión del no saber, el miedo del no poder y la candidez del quererse en medio de las torpezas propias de la primera vez.  

            Un amigo viendo a mi hijo comentó: “como dice Andrés Eloy, cuando se tiene un hijo se tienen todos los hijos del mundo”. Podemos vernos en ellos, en especial en esa etapa sin memoria de la vida y podemos verlos en nosotros como evidencia cierta de que alguna vez todos fuimos el bebé que alguien acunó y arrulló en sus brazos.

Viendo a mi hijo recuerdo palabras de otro poeta, él dice del amor: “es la tentativa de completarse con lo que a uno le falta”. Cuando salen de nuestros cuerpos se llevan algo, uno sólo se completa en y con ellos.

Si me preguntan hoy qué es o qué se siente ser madre, tendría que responder desde mi inexperiencia y mi condición de madre primeriza. Hablaría entonces de un susto que se me quedó entre el estómago y el corazón, una sensación de preocupación constante, una vigilia obligada que no se deja vencer por el sueño y el cansancio, un pensamiento terco en el futuro, un deseo de que todo esté bien, una conexión especial que te permite anticipar algunas necesidades, una alegría indescriptible que igual te lleva a la risa y a las lágrimas, una visión y una misión claras.

Cuando pase el tiempo y con los pasos vengan los tropiezos y las caídas. Con las palabras vengan las discusiones y los disgustos. Cuando pase el tiempo y crezcan los problemas. Cuando vea en mi hijo todo lo que no imaginé ver. Cuando pase el tiempo… seguiré siendo y sintiendo lo que hoy…, sólo que tal vez haya aprendido mucho más del amor…



03 de mayo de 2006
Escrito durante mi reposo post natal para la 
edición del periódico del colegio dedicada al día de las madres.