Cuando
me defino lo hago con tres palabras, mujer madre educadora, sin comas ni
conjunciones, en ese orden. No hay más qué decir para indicar quién soy, cómo
soy y qué hago. En mi caso, primero me hice educadora y luego madre, pero al
momento de definirme está primero la maternidad porque albergar en mí durante
nueve meses, una vida entera, un corazón extra, redimensionó mi mundo y trocó
radicalmente mi perspectiva de ese mundo, redimensionó indefectiblemente mi
visión de toda la realidad.
No
soy mujer que haya sido criada para ser madre, ni esposa, ni ama de casa. Soy
mujer criada para ser mujer, libre, trabajadora y feliz. Pero sí, descubrí en
mi “ser madre” el complemento perfecto de mi “ser mujer”. Tampoco fui niña que
soñara con ser maestra, ni la carrera de educación fue mi primera opción al
ingresar en la universidad. Pero sí, descubrí mi “ser educador” en el camino y
hallé en él el complemento perfecto de mi “ser mujer”.
Puede
haber sido cosa predestinada el haberme formado primero profesionalmente y
haber hallado mi vocación antes de recibir la maternidad. El ser educadora ha
traspasado todo en mi vida e incide en lo que soy, lo que pienso, lo que siento
y lo que hago. La mirada de un educador es diferente, posee un filtro especial
que no posee ninguna otra mirada de ningún otro profesional, ni de otra
persona. Y si ese educador es además escolapio, esa mirada es única y distinta
al resto de las miradas de otros educadores.
Si
se preguntan qué tiene de especial la mirada de un educador escolapio. Pues, es
una mirada que busca, que hurga en el interior del ser, es una mirada que
abraza, escucha, una mirada que ilumina y alegra. La mirada del educador escolapio
busca los ojos, los del cuerpo y los del alma. La mirada escolapia es
esperanza, es una ventana a un mundo posible, a un mundo de posibilidades, a un
mundo mejor.
Cuando
el educador escolapio mira, se abaja para acercarse y para ser puente, a través
de la mirada de un educador escolapio se puede ver el camino para el que hay
que prepararse, se aprende lo necesario para transitarlo y transformarlo.
Es
una mirada nutritiva para quien mira y es mirado. También es exigente, pues
requiere ejercitar la mente y el espíritu. Es una mirada pedagógica, ya que me
ha permitido desarrollar ciertas habilidades para el “ser mujer” y el “ser
madre”.
Bajo
esa mirada se gesta el vínculo docente-estudiante, madre-hijo, buscando paso a
paso el equilibrio entre el amor y la disciplina.
Desde
esa mirada aprendo de mi hijo, tal vez mucho más de lo que él va aprendiendo de
mí. Como docente cuento con un plan de formación permanente en el que está
integrado ese bagaje de conocimientos que a diario brindan los mejores facilitadores,
mis estudiantes. Mi hogar es el ámbito donde al educar a mi hijo me educo como
madre, así mismo el colegio es la escuela donde formo a mis estudiantes y me
formo como docente.
A
través de esa mirada descubro el camino con sus escollos, fisuras y depresiones, asumo mi
responsabilidad y opto siempre por la verdad. La verdad es el paso imprescindible
para transformar el mundo.
Bajo
esa mirada soy simplemente madre, no soy (ni quiero ser) súper madre. Mi hijo
no necesita que resuelva todo. Necesita ver que todo se puede afrontar. Y
comprender que aunque no pueda cambiar lo que viene dado, sí puede escoger cómo
vivirlo.
Desde
la mirada escolapia el escollo se torna en reto, las fisuras y depresiones se
vuelven oportunidades. Madre y docente, enseñan con y desde el ser. Madre y
docente, no se molestan en aparentar lo que no son. Enseñamos, en la familia y
en la escuela, a través del modelado buscando la coherencia entre el sentir, el
pensar y el actuar.
Estoy
convencida de que así como aprendemos las ciencias, la historia y la lengua;
también aprendemos a amar, a ser feliz y aprendemos a ser persona. El mismo
esfuerzo que ponemos en aprender lo primero, deberíamos ponerlo en aprender lo
segundo. El tinte escolapio aporta un plus en este sentido y te hace diferente
en lo que cuenta. Es una fortuna poder
mirar a mi hijo desde esta perspectiva que me ofrece el ser una educadora al
estilo escolapio.
¡Espectacular tu artículo!me gustó identificarme con esa faceta que has señalado:"La mirada del educador escolapio busca los ojos, los del cuerpo y los del alma. La mirada escolapia es esperanza, es una ventana a un mundo posible, a un mundo de posibilidades, a un mundo mejor" esto me ha sorprendido. Ahora me comprendo, y entiendo ese empeño que tengo de mirar a mis estudiantes, directamente, a los ojos. En cada clase, les miro, escucho,confrontamos, construimos...es fascinante encontrarme con ellos. En estos momentos no estoy en un ambiente escolapio, pero me he llevado todo.
ResponderEliminarEn mi caso, llegué a la Escuela Pía siendo madre de dos niñas,pero...debo confesar que aprendí a ser madre siendo maestra y coordinadora de primaria. Esos años me enseñaron la responsabilidad inmensa de ser madre y educadora para mis hijas(os) y educadora y madre para mis estudiantes.
Gracias por este bonito encuentro a través de las palabras,un abrazo.
Dinorah López. Guacara, Edo. Carabobo.