viernes, 21 de diciembre de 2018

DE QUÉ VALE LA SENSIBILIDAD


¿La sensibilidad es un valor? ¿Qué diferencia a una persona sensible de otra que es insensible? Si la sensibilidad es un valor, significa que puede ser aprendida. Si es posible aprender a ser sensibles, entonces es posible enseñar a otros el valor de la sensibilidad. Sin embargo, hay quien afirma que los valores no se enseñan, los valores se aprenden. Entonces, ¿cómo se aprende algo que no se enseña? Tal vez sea porque se aprende a través del ejemplo y desde la vivencia. Amar se aprende amando. El buen trato se aprende respetando los derechos de todas las personas. La responsabilidad se enseña siendo responsable, el orden se enseña siendo ordenado, la justicia se enseña siendo justo. ¿Qué tipo de adulto podría ser un niño acostumbrado a burlarse y a humillar a sus compañeros y amigos? ¿Qué clase de adulto sería un niño habituado a recibir gritos, castigos, golpes y descalificaciones de parte de sus padres? ¿Qué aprenderá un niño acostumbrado a ver y oír groserías, expresiones vulgares y de mal gusto? ¿Qué aprenderá un niño habituado a ver a sus padres bebiendo, fumando, metidos en los celulares y computadoras, muy dedicados a sus trabajos y preocupados siempre por conseguir más dinero y comprar más cosas?

Una persona sensible actúa correctamente haciendo lo correcto, una persona sensible actúa en beneficio de los demás. La persona insensible hace lo diametralmente opuesto. La persona sensible percibe en el otro su estado de ánimo, su forma de ser y de actuar; percibe la naturaleza, las circunstancias y los ambientes. La persona insensible posee un corazón miope, carece de visión periférica y no logra ver más allá de sus narices. La persona sensible despierta a la realidad. El insensible duerme como un lirón. La sensibilidad es una capacidad para reconocer el valor en el arte, en la ética, en las personas, en el ambiente, en la sociedad.

La práctica de un valor hace que la persona sea un mejor ser humano, la práctica de un valor hace que un grupo crezca y se consolide. La práctica de un valor le da sentido a las acciones humanas individuales y grupales. El valor debe ser el motor del comportamiento, el inspirador de las actitudes y el orientador del camino. Los valores que definen a una persona y a un grupo los hacen cada vez más fuertes. La práctica de cualquier valor demanda grandes dosis de valentía.


Muestra al niño, al adolescente y al joven la realidad; hazte responsable de ella, interpela y permíteles actuar en y sobre esa realidad conservando lo que se debe mantener y transformando lo que se debe cambiar.  Una persona no puede dar lo que no tiene. Los dones y los talentos tienen sentido en la medida que son puestos al servicio de otros. En medio de una crisis las personas deben comprender que la solución no se encuentra huyendo de ella, pues la crisis es la solución, o al menos parte de ella, el subterfugio consiste en transformar dificultades en retos y adversidades en oportunidades. Los insensibles evadirán la realidad con risas, con chanzas, con quejas, con desgano y desencanto. Las personas sensibles son más humanas y humanizantes, no temen a la realidad porque saben que pueden transformarla, reconocen lo bueno y lo bello, y saben disfrutarlo.

SER MADRE… Desde la mirada del Educador Escolapio





Cuando me defino lo hago con tres palabras, mujer madre educadora, sin comas ni conjunciones, en ese orden. No hay más qué decir para indicar quién soy, cómo soy y qué hago. En mi caso, primero me hice educadora y luego madre, pero al momento de definirme está primero la maternidad porque albergar en mí durante nueve meses, una vida entera, un corazón extra, redimensionó mi mundo y trocó radicalmente mi perspectiva de ese mundo, redimensionó indefectiblemente mi visión de toda la realidad. 

No soy mujer que haya sido criada para ser madre, ni esposa, ni ama de casa. Soy mujer criada para ser mujer, libre, trabajadora y feliz. Pero sí, descubrí en mi “ser madre” el complemento perfecto de mi “ser mujer”. Tampoco fui niña que soñara con ser maestra, ni la carrera de educación fue mi primera opción al ingresar en la universidad. Pero sí, descubrí mi “ser educador” en el camino y hallé en él el complemento perfecto de mi “ser mujer”.

Puede haber sido cosa predestinada el haberme formado primero profesionalmente y haber hallado mi vocación antes de recibir la maternidad. El ser educadora ha traspasado todo en mi vida e incide en lo que soy, lo que pienso, lo que siento y lo que hago. La mirada de un educador es diferente, posee un filtro especial que no posee ninguna otra mirada de ningún otro profesional, ni de otra persona. Y si ese educador es además escolapio, esa mirada es única y distinta al resto de las miradas de otros educadores.

Si se preguntan qué tiene de especial la mirada de un educador escolapio. Pues, es una mirada que busca, que hurga en el interior del ser, es una mirada que abraza, escucha, una mirada que ilumina y alegra. La mirada del educador escolapio busca los ojos, los del cuerpo y los del alma. La mirada escolapia es esperanza, es una ventana a un mundo posible, a un mundo de posibilidades, a un mundo mejor.

Cuando el educador escolapio mira, se abaja para acercarse y para ser puente, a través de la mirada de un educador escolapio se puede ver el camino para el que hay que prepararse, se aprende lo necesario para transitarlo y transformarlo.

Es una mirada nutritiva para quien mira y es mirado. También es exigente, pues requiere ejercitar la mente y el espíritu. Es una mirada pedagógica, ya que me ha permitido desarrollar ciertas habilidades para el “ser mujer” y el “ser madre”.

Bajo esa mirada se gesta el vínculo docente-estudiante, madre-hijo, buscando paso a paso el equilibrio entre el amor y la disciplina.

Desde esa mirada aprendo de mi hijo, tal vez mucho más de lo que él va aprendiendo de mí. Como docente cuento con un plan de formación permanente en el que está integrado ese bagaje de conocimientos que a diario brindan los mejores facilitadores, mis estudiantes. Mi hogar es el ámbito donde al educar a mi hijo me educo como madre, así mismo el colegio es la escuela donde formo a mis estudiantes y me formo como docente.

A través de esa mirada descubro el camino con sus escollos,  fisuras y depresiones, asumo mi responsabilidad y opto siempre por la verdad. La verdad es el paso imprescindible para transformar el mundo.

Bajo esa mirada soy simplemente madre, no soy (ni quiero ser) súper madre. Mi hijo no necesita que resuelva todo. Necesita ver que todo se puede afrontar. Y comprender que aunque no pueda cambiar lo que viene dado, sí puede escoger cómo vivirlo.

Desde la mirada escolapia el escollo se torna en reto, las fisuras y depresiones se vuelven oportunidades. Madre y docente, enseñan con y desde el ser. Madre y docente, no se molestan en aparentar lo que no son. Enseñamos, en la familia y en la escuela,  a través del modelado buscando la  coherencia entre el sentir, el pensar y el actuar.

 Estoy convencida de que así como aprendemos las ciencias, la historia y la lengua; también aprendemos a amar, a ser feliz y aprendemos a ser persona. El mismo esfuerzo que ponemos en aprender lo primero, deberíamos ponerlo en aprender lo segundo. El tinte escolapio aporta un plus en este sentido y te hace diferente en lo que cuenta.  Es una fortuna poder mirar a mi hijo desde esta perspectiva que me ofrece el ser una educadora al estilo escolapio.