sábado, 11 de febrero de 2017

Lo que queda y los que se quedan tras un país en desalojo

Lo que queda y los que se quedan tras un país en desalojo



Camino, mis pasos me llevan. Miro arriba, abajo, al frente, izquierda-derecha, casi nunca miro atrás. Cada vez veo menos, sé que no es por mi mala visión. Las cosas, las personas, se han ido, se están yendo. Hace rato que no están. Con las cosas y con las personas se va, se ha ido y se está yendo algo más, algo intangible, e inefable a veces. Cada vez hay menos de ese algo. Ayer tarde caminando intenté buscarle un nombre. La tarde de ayer caminando se me hizo más notorio, tal vez porque creí que estábamos más cerca del llegadero…

Vivimos bajo la condición de desalojo. Ha resultado un proceso largo, lento, da la impresión de estar muy bien meditado, como si la orden se hubiera dado hace tiempo. Y desde entonces se hubiera ido expulsando todo lo que pudo habernos convertido en un país. Como si la orden hubiese sido “destierren al país”, “Venezuela estás despedida”. ¿Cuál sería la respuesta ante tal orden de desahucio? Peor ejemplo del que hemos estado dando los venezolanos, difícilmente lo habrá.  

Estos dos párrafos previos son el inicio de un texto que dejé inconcluso, al que intenté volver más de una vez. Un texto que inicié hace más de un par de años. Creo que dejé pasar el tiempo para ver si con el tiempo pasaba algo más. En ese entonces solía caminar por el actual Boulevard de Sabana Grande, durante el día, para dar unas pocas horas de clases en un instituto universitario, de Catia a Sabana Grande, por un pago que equivalía a un redondeo, a un rebusque; que no alcanzaba para mucho, pero que me permitía interactuar con jóvenes con deseos de ser profesionales y compartir un poco más con un amigo entrañable.

De Plaza Venezuela al Rosal, ida y vuelta, lo caminé tantas veces, recién llegada a Caracas, con apenas diecisiete años, graduada de bachiller, acompañada de dos amigas del alma y otros que íbamos reclutando en el camino. Ese boulevard lo caminé más veces de noche, de madrugada, que de día. El Gran Café, El Callejón de la Puñalada, los artesanos, los músicos de calle, El Julius. De Plaza Venezuela al Rosal, hay un montón de anécdotas y de recuerdos. Anécdotas y recuerdos que hoy no podría gestar, ni aun teniendo diecisiete años.

El boulevard que puedo caminar hoy, es un lugar recuperado “para el pueblo”, por una empresa “del pueblo”, es un lugar limpio, abierto, amable y con ese sello inconfundible del actual gobierno que se destaca por recuperar “para el pueblo” los espacios públicos y promover las artes y los espectáculos populares. Una verdadera maravilla, ni más ni menos. ¿Por qué será, entonces, que esta maravilla me hizo notar lo que se ha ido, lo que se está yendo? ¿Por qué será que esta maravilla me hace pensar en el país que ya no tenemos, que ya no somos? ¿Y por qué será que en esta maravilla la libertad es apenas una sensación ilusoria? ¿Y por qué será que en esta maravilla ya no está la simiente del otrora promisorio país?
         Mis amigas, con las que recorría, no éste, sino el boulevard de mis recuerdos, tantas veces en horas y circunstancias irrepetibles, ya no están en este territorio, hace mucho que se fueron, según recuerdo la situación política del momento no tuvo nada que ver con eso, o tal vez sí, su despedida pudo deberse a una súper visión premonitoria de lo que vendría.

En definitiva lo que hoy vivimos no es que haya surgido de la nada, es en mucho lo que merecemos, por lo tanto todo o parte del pasado debió ser augurio de este presente, por lo tanto debimos haber hecho algo para merecerlo. Lo terrible de la predestinación, es que en el momento precedente es imposible tener conciencia de las consecuencias, por más nefastas e inevitables que éstas resultaran ser. Es esto justamente lo que, en el peor de los casos, nos permite dormir en paz, la ausencia de premeditación nos deja en la paz de la ignorancia. ¿Algún (ex) chavista podría afirmar, que cada vez que votaba por el comandante, era consciente de que ponía un granito de arena de esta gran montaña de bosta que es todo este desastre actual? ¿Acaso Todavía no hay quienes afirman convencidos, que lo mejor de los adecos y los copeyanos es que aunque ellos robaban, ellos también permitían a los demás robar?

La destitución del país, que como vemos inició hace mucho, aún sigue en pleno desarrollo. Las personas continúan yéndose. Jóvenes la mayoría. Uno dice erróneamente que se está yendo el futuro. Lo que se ha ido y lo que se va es mucho más. Las personas pueden volver, algunos se van con ese deseo. Los que vuelvan, regresarán con ganancia, estudios, dinero, experiencia. Será genial, pero en realidad no es lo que hace falta. Los que no vuelvan, no harán la diferencia, ellos se lo perderán, pero en realidad no importará. Ese algo, que nos pudo haber hecho país, ese algo que no está repatriado, que no está añejándose, que no está guardándose para regresar. Ese algo que se ha ido, que se va, que se está yendo, ¿volverá?, ¿renacerá? En todo caso, qué y cómo haremos para recuperarlo. En todo caso, quiénes harán ese qué y ese cómo.

Cuando camino y miro, lo que veo es ese vacío que va en aumento. Pronto sumaremos dos décadas de este proceso de degradación del país. Mi hijo va a cumplir once años. Cuántos bachilleres hemos graduado con esta visión de territorio en desalojo que se hace llamar país. Cuántos más graduaremos en este sistema absurdamente anti educativo. No sólo no tuvimos lo necesario para alcanzar gobiernos responsables, decentes y progresistas. Es que tampoco hemos sido capaces de parir personas que luchen por ello.

Ha sido tan fácil desterrar la dignidad y la ciudadanía. Digo fácil por burdo y básico. Digo fácil, porque simplemente lo hemos permitido, con esta actitud propia de inexpertos pueriles con ilimitada paciencia e irracional confianza en el futuro. No sólo lo hemos permitido, hemos participado, haciendo costumbre actos de corrupción. Históricamente nuestros gobiernos han promovido el enriquecimiento basado en la oportunidad, en lo que está al alcance del cargo público que logres desempeñar. El actual no es el primero ni el único que se comporta como malandro y que apoya a malandros. Sí es el primero y el único que lo hace abiertamente. Sin duda alguna es el más vulgar, ordinario, frustrante y acomplejado de todos los gobiernos que hemos tenido. Me niego a creer que lo mereceré por siempre. Desde el fondo de mi arrechera espero sea el último de esta calaña.

Sigo caminando, sigo mirando lo poco que va quedando. El control es admisible si te permiten comprar algo de lo que deseas. La restricción es comprensible si es equitativa. Lo correcto es lo que conviene. El fin justifica los medios. Los valores ya no son los motores. El querer y el poder, justifican cualquier acción. Gobierna el “medalaganismo” (Genial neologismo que le escuché a una profe socióloga de la UCAB). La autoridad no surge del reconocimiento, se manifiesta en la amenaza y en el miedo. Para quienes ostentan algún cargo es suficiente hablar o escribir a través de alguna red social para que su palabra se considere ley. Para el resto resulta mejor acatarla y así evitar “complicaciones innecesarias”. La interpretación y la aplicación de la ley hacen que se incline la balanza. El trabajo no es un valor, los empleados pueden cobrar su sueldo sin trabajar, basta con que un ministro lo decrete ofreciendo migajas salariales y días de vacaciones. El esfuerzo no es un valor, un estudiante puede aprobar sin estudiar, incluso sin cursar, basta con una resolución y una publicación en gaceta. La justicia se ejerce por los propios medios. La violencia es la opción válida de respuesta. La impunidad queda solapada en el correcto procedimiento que no es más que burocracia en continuo crecimiento.

Los que nos quedamos, en medio de lo poco que queda, somos un grupo vario pinto. Cuántos de los que nos quedamos realmente asumimos la responsabilidad de convertir de nuevo este territorio en una posibilidad de ser un país. Cuántos de los que nos quedamos nos conformamos con hacer lo mínimo o necesario para mantenernos sin muchas complicaciones hasta ver qué pasa. Cuántos de los que no emigramos nos quedamos por convicción, por elección. Cuántos no emigrantes somos temporales, sólo hasta que aparezca la oportunidad o que se resuelva el papeleo. Para cuántos está en consideración la opción de irse. Cuántos de los no emigrantes lo somos porque no hay más remedio, no hay más opciones, porque es imposible considerar estar en otra parte. Cuántos de los que nos quedamos somos fanáticos de esta maravilla que lleva el sello del gobierno que recupera espacios públicos, el mismo sello que coloca en lo que expropia y destruye. Cuántos son niños, adolescentes, que dependen de la influencia de la familia y de la escuela para tener una referencia opuesta a esta única realidad que conocen. Cuántos serán los jóvenes con actitud crítica que opten por la transformación de lo que queda, que sean capaces de ver en la adversidad la oportunidad. Cuántos de los que nos quedamos decimos que queremos el cambio y mientras lo esperamos tenemos nuestro rebusque aprovechando el desabastecimiento o agilizando trámites que el sistema se complace en complicar cada vez más. Cuántos de los no emigrantes no madrugan para trabajar, pero sí para hacer colas. Cuantos optan por el insulto, por la descalificación, la humillación y hasta la agresión física, creyéndolas opciones justas y necesarias, inmersos en la más pura ignorancia, la de la ausencia de la razón. Cuántos escudan actos viles y crueles con la interpretación y aplicación de una ley tuerta y desequilibrada argumentando la más falsa y ofensiva defensa de los derechos humanos.

Camino y miro en el vacío de lo que se ha ido. Aún no concluye el desalojo. Hay mucho más que está por irse y más que se está yendo. Habrá de irse toda la ilusión. De entre lo que queda habrá de surgir la esperanza. Hace poco una profesora nos definió, a los que nos quedamos, como los “no emigrantes”, me gustó el término, por eso lo uso aquí, además afirmó, intentando animarnos, que somos los responsables de lo que viene, de los cambios que se den y de los cambios que no se den. Somos los responsables de hacer renacer ese algo que se ha ido. Si alguna vez existió, podrá existir de nuevo. Ese algo al que aún intento ponerle nombre, que se va junto con las personas y las cosas, pero no depende de los que se van para regresar, porque no está en ellos. Más bien viene a ser más que la suma de las relaciones, de las acciones, de las visiones, de los esfuerzos, de todos los deseos y de todos los sueños. En definitiva ese algo tiene que ver más con estilos de vida, con actitudes, con lo que nos hace ser quienes somos y quienes seremos, con decisiones y convicciones. Tiene que ver entonces, con lo que nos toca elegir y con la calidad de nuestras elecciones.

En definitiva ese algo tiene que ver con los que nos quedamos y con lo que queda. Se reconoce cada vez que optamos por ser personas, ser familias, ser comunidades, verdaderamente, decentes. Por lo tanto es lo que nos hace vivir con dignidad, lo que nos define como ciudadanos. Es por esto que sólo los que nos quedamos podremos hacer que renazca, que vuelva y tendremos que hacerlo todos, por separado y también juntos. Deberemos sumar nuestras diferencias, deberemos asumir la responsabilidad de esta realidad y tendremos que comenzar por decir y actuar conforme a la verdad, quien dice la verdad hace la diferencia e inicia la transformación. Los que nos quedamos tendremos que dar la orden opuesta, que sería la de restituir el respeto por las instituciones, la del reconocimiento de la institucionalidad, el retorno de la legalidad, algo así como un decreto de repatriación del país. Tendremos que mantenernos limpios en medio de la suciedad, honestos en medio de la corrupción, incansables en la construcción de la paz en medio de la avasallante violencia. Tendemos que hacer emerger el país que queremos y merecemos de entre esto que hoy tenemos. ¿Cuál será la respuesta que daremos los venezolanos “no emigrantes” ante tal requerimiento?


Ahora entiendo por qué me ha costado tanto volver a este texto, continuarlo y concluirlo, tendré que dejar pasar más tiempo, seguiré en el camino, mientras voy haciendo mi parte. (02 de enero de 2017)

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