Entereza,
tenacidad, fortaleza, firmeza; pueden ser sinónimos de resiliencia. Este
término surge de la capacidad de ciertos materiales que se doblan sin romperse
para recuperar la situación o forma original. Por tanto, resiliencia es superar
algo y salir fortalecido, incluso mejor que antes. La resiliencia es más que
resistencia, pues resistir es aguantar, aun siendo un tanto heroico, es más un
aguante pasivo, es recibir soportando todos los males con el fin de adaptarse.
La resiliencia tiene una condición mucho más espiritual, puesto que desarrolla
la capacidad de sobreponerse, dejar atrás, trascender. La resiliencia es un
proceso en el que el ser evoluciona, logra transformarse desde dentro para
transformar la realidad que le rodea.
Si
pienso en un material que se doble sin romperse y vuelva a su situación original,
no puedo evitar traer a mi mente la imagen del bambú y recordar la historia que
en repetidas ocasiones he compartido con mis estudiantes de distintos cursos y
edades. El bambú es una planta genial que toma su tiempo para crecer y para
prepararse, luego, cuando ya ha echado raíces crece asombrosamente rápido y
alto. Crece en cualquier terreno, en medio de cualquier clima, el viento la
doblega, pero no la parte. Es una planta que aparenta ser frágil, cuando en
realidad posee gran fortaleza y utilidad. A través del bambú y su historia, uno
puede explicar y comprender lo que significa la resiliencia. Igual podemos
valernos de la transfiguración de la oruga en mariposa, o del día en la noche y
la noche en el día.
La
resiliencia es más que cambio, es dejar de ser para ser algo más y mejor. La
resiliencia puede mantenerte en la rutina haciendo novedoso lo cotidiano o
renovando tus sentidos para percibir lo que te rodea de una manera nueva. La
resiliencia puede llevarte a la innovación.
El
término resiliencia desde su origen está asociado a la capacidad que pueden
desarrollar las personas que deciden enfrentar los problemas y las adversidades
de manera positiva, transformando las dificultades en oportunidades, los
límites en posibilidades logrando sobreponerse, mejorando su presente haciendo
posible un mejor futuro.
La
resiliencia es pues un proceso que se puede aprender, es necesario que existan
personas que orienten, que enseñen, que creen el ambiente propicio para que otros
puedan desarrollar las habilidades propias del ser resiliente. Aún más, las realidades adversas, los
problemas, las tragedias, los obstáculos, son necesarios para que se dé este
aprendizaje. Frente a los problemas siempre habrá dos opciones, dejarte vencer
o vencerlos convirtiéndote en una mejor persona. No existe la vida sin
adversidades, no existen las relaciones sin conflictos, no existen los grupos
sin problemas; por lo tanto, todos en algún momento de nuestra existencia
estaremos en esa encrucijada.
El
secreto de las personas, los grupos, las instituciones, empresas,
organizaciones, sociedades y países exitosos, es, sin duda, haber aprendido a
ser resilientes. Conocen la realidad, definen y controlan sus emociones, aceptan
los cambios, desarrollan la autoestima y el buen sentido del humor, también
desarrollan la comunicación efectiva, afectiva y asertiva, cultivan la
esperanza, la paciencia, la perseverancia y tienen un plan de vida.
La
resiliencia se aprende a cualquier edad. La mejor edad para aprender es la más
temprana. Si las dificultades son inevitables, si aceptar los cambios es
imprescindible; por qué postergar un aprendizaje crucial para la transformación
personal y social. Los padres y los docentes debemos formarnos en disciplina
positiva, control de las emociones, resolución de conflictos, toma de
decisiones. Debemos desarrollar preferentemente las competencias blandas, las inteligencias:
emocional, intra e interpersonal. Si es que queremos preparar a nuestros hijos
y estudiantes para enfrentar la vida con sus problemas dándoles la oportunidad,
no solo de diagnosticar la realidad, de incidir en ella proponiendo soluciones
creativas para promover cambios positivos en la escuela, en la familia y en la
comunidad. Dejando que sean ellos los únicos y verdaderos protagonistas.
Nuestros
estudiantes deberían asistir a la escuela a aprender algo más que castellano,
matemática, ciencias y sociales. Nuestras escuelas deberían ser espacios en los
que se aprende a observar la realidad y a cuestionar esa realidad. El docente
tendría que ser capaz de presentar esa realidad desde la verdad haciéndose
responsable de ella, para luego permitir y propiciar que sus estudiantes
interactúen entre sí y con el mundo para conservar, lo que ha de conservarse y
transformar, lo que haya que transformar.
Nuestras
escuelas deben ser lugares donde ocurra algo, donde todo el tiempo esté
ocurriendo algo. Ese algo debería ser el hecho educativo con un alto sentido
humano. Escuelas en salida aprendiendo desde el servicio al prójimo. Y nuestros
estudiantes, mientras están en la escuela, deberían ser como el bambú, deberían
estar creciendo hacia dentro, echando las raíces que los van a sostener en toda
situación, ante cualquier adversidad.
Significa,
entonces, que necesitamos escuelas y docentes, que no se conformen con
resistir, que no acepten la adaptación como una opción ante la adversidad.
Necesitamos escuelas y docentes capaces de dejar de ser lo que son para ser y
hacer algo más y mejor. En medio de la crisis, solo las escuelas y los docentes
resilientes serán doblegados sin romperse. Solo las escuelas y los docentes
resilientes, desde la crisis y con la crisis, podrán evolucionar transformándose
desde dentro para transformar la realidad que le rodea.
Las
escuelas resilientes no necesitan héroes, necesitan seres humanos con el deseo
y la capacidad de ser mejores.
Marirrosa
Carrera Rivas
03-03-2019