domingo, 3 de marzo de 2019

LA RESILIENCIA Y LA TRANSFORMACIÓN ESCUELAS y DOCENTES RESILIENTES


Entereza, tenacidad, fortaleza, firmeza; pueden ser sinónimos de resiliencia. Este término surge de la capacidad de ciertos materiales que se doblan sin romperse para recuperar la situación o forma original. Por tanto, resiliencia es superar algo y salir fortalecido, incluso mejor que antes. La resiliencia es más que resistencia, pues resistir es aguantar, aun siendo un tanto heroico, es más un aguante pasivo, es recibir soportando todos los males con el fin de adaptarse. La resiliencia tiene una condición mucho más espiritual, puesto que desarrolla la capacidad de sobreponerse, dejar atrás, trascender. La resiliencia es un proceso en el que el ser evoluciona, logra transformarse desde dentro para transformar la realidad que le rodea.

Si pienso en un material que se doble sin romperse y vuelva a su situación original, no puedo evitar traer a mi mente la imagen del bambú y recordar la historia que en repetidas ocasiones he compartido con mis estudiantes de distintos cursos y edades. El bambú es una planta genial que toma su tiempo para crecer y para prepararse, luego, cuando ya ha echado raíces crece asombrosamente rápido y alto. Crece en cualquier terreno, en medio de cualquier clima, el viento la doblega, pero no la parte. Es una planta que aparenta ser frágil, cuando en realidad posee gran fortaleza y utilidad. A través del bambú y su historia, uno puede explicar y comprender lo que significa la resiliencia. Igual podemos valernos de la transfiguración de la oruga en mariposa, o del día en la noche y la noche en el día.


La resiliencia es más que cambio, es dejar de ser para ser algo más y mejor. La resiliencia puede mantenerte en la rutina haciendo novedoso lo cotidiano o renovando tus sentidos para percibir lo que te rodea de una manera nueva. La resiliencia puede llevarte a la innovación.

El término resiliencia desde su origen está asociado a la capacidad que pueden desarrollar las personas que deciden enfrentar los problemas y las adversidades de manera positiva, transformando las dificultades en oportunidades, los límites en posibilidades logrando sobreponerse, mejorando su presente haciendo posible un mejor futuro.

La resiliencia es pues un proceso que se puede aprender, es necesario que existan personas que orienten, que enseñen, que creen el ambiente propicio para que otros puedan desarrollar las habilidades propias del ser resiliente.  Aún más, las realidades adversas, los problemas, las tragedias, los obstáculos, son necesarios para que se dé este aprendizaje. Frente a los problemas siempre habrá dos opciones, dejarte vencer o vencerlos convirtiéndote en una mejor persona. No existe la vida sin adversidades, no existen las relaciones sin conflictos, no existen los grupos sin problemas; por lo tanto, todos en algún momento de nuestra existencia estaremos en esa encrucijada.

El secreto de las personas, los grupos, las instituciones, empresas, organizaciones, sociedades y países exitosos, es, sin duda, haber aprendido a ser resilientes. Conocen la realidad, definen y controlan sus emociones, aceptan los cambios, desarrollan la autoestima y el buen sentido del humor, también desarrollan la comunicación efectiva, afectiva y asertiva, cultivan la esperanza, la paciencia, la perseverancia y tienen un plan de vida.


La resiliencia se aprende a cualquier edad. La mejor edad para aprender es la más temprana. Si las dificultades son inevitables, si aceptar los cambios es imprescindible; por qué postergar un aprendizaje crucial para la transformación personal y social. Los padres y los docentes debemos formarnos en disciplina positiva, control de las emociones, resolución de conflictos, toma de decisiones. Debemos desarrollar preferentemente las competencias blandas, las inteligencias: emocional, intra e interpersonal. Si es que queremos preparar a nuestros hijos y estudiantes para enfrentar la vida con sus problemas dándoles la oportunidad, no solo de diagnosticar la realidad, de incidir en ella proponiendo soluciones creativas para promover cambios positivos en la escuela, en la familia y en la comunidad. Dejando que sean ellos los únicos y verdaderos protagonistas.

Nuestros estudiantes deberían asistir a la escuela a aprender algo más que castellano, matemática, ciencias y sociales. Nuestras escuelas deberían ser espacios en los que se aprende a observar la realidad y a cuestionar esa realidad. El docente tendría que ser capaz de presentar esa realidad desde la verdad haciéndose responsable de ella, para luego permitir y propiciar que sus estudiantes interactúen entre sí y con el mundo para conservar, lo que ha de conservarse y transformar, lo que haya que transformar.

Nuestras escuelas deben ser lugares donde ocurra algo, donde todo el tiempo esté ocurriendo algo. Ese algo debería ser el hecho educativo con un alto sentido humano. Escuelas en salida aprendiendo desde el servicio al prójimo. Y nuestros estudiantes, mientras están en la escuela, deberían ser como el bambú, deberían estar creciendo hacia dentro, echando las raíces que los van a sostener en toda situación, ante cualquier adversidad.

Significa, entonces, que necesitamos escuelas y docentes, que no se conformen con resistir, que no acepten la adaptación como una opción ante la adversidad. Necesitamos escuelas y docentes capaces de dejar de ser lo que son para ser y hacer algo más y mejor. En medio de la crisis, solo las escuelas y los docentes resilientes serán doblegados sin romperse. Solo las escuelas y los docentes resilientes, desde la crisis y con la crisis, podrán evolucionar transformándose desde dentro para transformar la realidad que le rodea.

Las escuelas resilientes no necesitan héroes, necesitan seres humanos con el deseo y la capacidad de ser mejores.

Marirrosa Carrera Rivas
03-03-2019