sábado, 30 de diciembre de 2017

Tiempo fundido o fondue de queso

Tiempo fundido o fondue de queso


El tiempo pasa, se va, se acaba… Es un círculo, un eterno retorno… Vuelve…

Qué pasa, qué vuelve y qué se acaba…

Tal vez dependa de la memoria, de esa capacidad de hacer permanente los hechos, las cosas y las personas. Todo lo que ya ha sido, que ha llenado espacios dándole significado, lo que fue en el pasado y vuelve a ser presente traído por el recuerdo. La comparación más simple y un tanto burda, sería la de afirmar que contamos con una suerte de álbum fotográfico mental, que archiva imágenes más o menos nítidas, más o menos agradables, más o  menos fieles, algunas con movimiento como videos, con algunas nos topamos queriendo y con otras sin querer.  Es tan efectiva nuestra memoria, que sigue activa aun cuando dormimos, mostrándonos imágenes absurdas, fantásticas, verdaderas historias que algunos no logramos recordar estando despiertos, mientras otros logran recordarlas recreándolas en historias verdaderas.

El contenido de los sueños es la memoria dentro de la memoria, es el recuerdo que a veces es imposible de recordar estando despierto. Recuerdos oscuros, no vividos conscientemente, o tal vez sí, en todo caso resultan impenetrables.

Lo que se va, pasa, se acaba y viene, para irse otra vez y regresar permanentemente son los recuerdos en la memoria de lo vivido y no vivido. Lo que permanece a pesar de nosotros.

Hay tantas cosas que ya no recuerdo ni queriendo, tantas cosas que he decidido no recordar, tantas cosas que recuerdo sin hacer el menor esfuerzo.

Nuestra memoria es como las cajas chinas.


Incluso en nuestra memoria hay imágenes de lo que está por venir, cosas, personas, hechos de los que no sabemos ni logramos reconocer hasta que llegan y ocurren. No hablo de premoniciones ni predestinación, hablo de que somos increíblemente perceptivos e irremediablemente limitados por nuestro miedo a lo desconocido. Nunca he sido capaz de contar en voz alta, ni de escribir (antes de hoy), que insistentemente venían, a mi memoria de niña, imágenes recreando la futura muerte de mis familiares.

El tiempo pasa, las personas se van, la memoria se acaba. Lo que perdura está allí, ha estado siempre, marcado con las huellas de quienes hemos transitado por allí. Lo eterno es, y será siempre, incluso antes y después del límite de nuestras memorias.

Cuando comprendemos lo que verdaderamente persiste con el pasar del tiempo. Cuando nos maravillamos ante lo eterno reconociéndolo en el background de lo que se escurre entre las rendijas del minutero. Cuando aceptamos lo prescindible que somos y nos valoramos como seres necesarios. Cuando tus seres queridos parten, simplemente porque llegó su hora. Logras entender desde la paz, las distancias, las despedidas, las soledades, los desamores. Y, por supuesto, aprendes a vivir con mayor profundidad, sin prisa y sin pausa, los apegos, las bienvenidas, las compañías y los amores.

En mi casa hay cinco chaguaramos que apuntan alto al cielo, al entrar a mi calle, levanto la mirada y es lo primero que veo. Un chaguaramo por cada integrante de mi casa. Es la vida de mi casa que persiste. Entre los cinco árboles erectos, mi casa se hace pequeña. Y con los recuerdos del quinteto se hace gigante. Son más que árboles y más que un espacio, lo que en ellos pervive se irá conmigo a donde yo vaya y yo me quedaré allí por siempre. No me ata, al contrario, me libera. Es un espacio que no ha cambiado mucho, sin embargo mis ojos lo han visto y lo ven diferente a cada instante. Cada vez que me siento en el mueble de cuero negro a tomar café me percato de mis mudanzas.

Extrañar no me inquieta. Amar no me duele. No cuento las horas ni los días. Soy dueña de mi tiempo y de mi espacio. He vivido (y vivo) lo que he querido y como he querido. No hay distancia cuando de por medio hay afectos sinceros. La soledad no es ausencia. Las despedidas son necesarias.

Ya no temo entrar a mi casa vacía. 



Hace tiempo que no uso relojes.  

Entre un reloj y un buen queso, prefiero  fondue de queso camembert.



Para despedir un año que pasó, al fin, sin despedidas, que logré vivir sin prisas, a buen paso, dejando pasar lo que tiene que irse. Para recibir un nuevo año con todo lo que traiga y dispuesta a dejar ir lo que falta y lo que sobra.
Como siempre, a mi Luis.
30-12-17